martes, 6 de diciembre de 2011

Entre copas y confesiones.

"No sé como te atreves
a venir a decirme que me quieres
cuando yo te suplicado muchas veces
y jamás me hiciste caso.

No sé como puedes atreverte
a venir a pedirme que te acepte
cuando tu no haz aceptado
ni una sola de las cosas
que te digo".

domingo, 20 de noviembre de 2011

Esto no le tocaba a ella.

Dice mi madre que desde que Virginia fue joven fue aprensiva. Cuando nació su primogénito solía pasar las noches en vela asegurándose de que el pequeño respirara, y repitió el patrón con el resto de sus hijos.

Su corazón era más grande, al igual que Ana Rosa, me gusta pensar que era porque guardaban grandes sentimientos en sus corazones. A diferencia de Ana Rosa; a Virginia le habían sugerido un transplante de corazón, pero después de la muerte de su esposo hace casi 10 años pensaba consantemente en los riezgos más que en los beneficios, pues pensaba más en sus hijos que en ella misma.

Vicky no tenía vesícula y su hígado ya no funcionaba bien. Vivía preocupada, y cosas muy sencillas la hacían feliz, pero sobre todo se veía realizada a travéz de la realización de sus hijos.

Virginia dejó de vivir hace exactamente una semana, en la misma hora en la que intento escribir lo que siento y lo que veía en ella. Sufrió dos paros respiratorios que la dejaron con las fibras de su corazón deshechas, pero yo estoy casi segura que su corazón terminó de romperse en Enero cuando murió su hermana Ofelia.

Ella es la Octava hija que entierra mi abuela y nada me parece más antinatural que el dolor de mi viejita hermosa. Para mi madre el número de hermano muerto es el mismo, ocho, pero el dolor sigue creciendo potencialmente casi al triple.

Tus ojos azules no brillaban para cuando llegué a despedirme de ti, pero te reconocí por tus pecas en los hombros, esa bolsa en la que te pusieron era sólo momentanea para el atuendo de luz que haz de vestir ahora. Ahora eres explosión, eres música y haces una hermosa melodía junto con Ofelia y Ana Rosa. Las llevo conmigo.

viernes, 21 de octubre de 2011

Esto no me toca a mi.

-¿Sigue respirando?
-Sí tía, tranquilízate.
-No sé que hacer. ¡Señorita una ambulancia por favor! ¿Qué? ¡En 20 minutos!
-Dame el teléfono tía, vete a sentar y dile a mi abuela que se calme.
-Yo no puedo ir en la ambulancia ¿puedes ir tu?

Sólo tengo 22, yo no soy nada para tener esta responsabilidad; no sé que hacer. ¡Qué hago! ¡Puta madre qué chingados hago! ¡Tía O. por favor respira!¡¿Qué hago?!
Mi corazón explotó en mil pedazos, mi alma se acongojó, mis pulmones comenzaron a trabajar rapidamente, decenas de lágrimas comenzaron a salir de mis ojos; incluso recé, esa madita costumbre que me inculcaron, ese maldito dios que me mostraron.Todavía me duele ese momento en que fui viendo la vida de mi tía O. irse de entre mis manos, y reponerse horas más tarde para asimilar la realidad de una muerte próxima, lenta y muy dolorosa.

Esto no me toca a mi. Pero tampoco le toca a mi abuela de 99 años sufrir la muerte no. 7 de sus 11 hijos. Tampoco le toca a mi madre despedirse de su hermana O. cuando tan sólo han pasado 3 años de la muerte de A.R. su otra hermana; ni a mi tía V. enferma del corazón y de tristeza en el alma.

Esto no me toca a mi, y mi llanto es el más egoísta de todos.
Me guardo esto, y hoy al menos no pretendo cuidar el estilo, la ortografía, la coherencia en mis palabras. Hoy me siento de la chingada porque estoy atorada en esta maldita ciudad sin poder trabajar en mis metas porque mi madre y mi abuela me necesitan y sobre todo porque tengo esta dualidad de querer expresar mi frustración, mi rabia, mi profunda tristeza y no poder hacerlo por no preocupar a mi madre.

Esto no me toca a mi, tan sólo tengo 23 años.